Siempre se vuelve a Carlos Paz

Van como tres veces que me pasa lo mismo: vuelvo de Carlos Paz convencido de que esa va a ser la última ocasión que lo visitaré, pero la tarifa superbarata de la Casa del Periodista, la cercanía o la comodidad me llevan a reincidir. Lo que más bronca da es saber que al final del verano vos y tu flía van a ser uno más de los que van a engrosar la cifra récord de turistas en la tapa de La Voz del Interior.
Te abrís paso entre la horda de cuerpos en el centro, dejás atrás al cieguito que toca el bongó, al barney que putea si le sacás una foto sin garpar, y al ladino del payaso que te hace enfrentar con tu propio crío si no le comprás el globo alargado como forro supersize.
Mirás con aire de superioridad al porteño con la piel colorada de sol y cerveza que sigue a las risotadas el numerito de un tipo disfrazado de gorda histérica y pensás que giles que son estos, qué le vieron a este Carlos Paz. Lago podrido, actrices y actores de cuarta que refritan obras de teatro (juro que el Yayo anda promocionando por los altavoces su "Cuarteto obrero"!!!) y un tráfico criminal... pero sobre todo la creciente sensación de verte envuelto en semejante cóctel como uno más del decorado. Por más que pongás cara de culo y quieras demostrar que vos no sos parte de esa fiesta, regresás del centro con la intuición de que algún otro renegado te miró a la pasada y al verte de la mano de tu esposa y tu niño pensó qué carajo le ven estos giles a este lugar de mierda.
Como no da ponerse en forro en medio de unas vacaciones optás por relajarte (o hacés el intento), evitás con disciplina las ocasiones de meter la mano en la billetera en forma innecesaria
y jurás bajito que esta vez sí va ser la última... hasta la próxima vez.

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