Voto cautivo (Por primera vez la democracia entró a la cárcel de Río Cuarto)

La 110 fue la única mesa de toda la ciudad que convocó a votantes de siete provincias diferentes. Es una de las dos que se habilitaron en la cárcel de Río Cuarto. Por ahí pasaron los Menducos, Sanjuas, Puntanos, Pampas, Porteños y otros cuantos que por ahí perdieron el alias que remite al lugar de procedencia para quedarse con otro más heavy, el que se tatuaron en un brazo con trazo tembloroso en tinta china o el que uno podría conocer repasando sus prontuarios.
La otra mesa, la 15 es la de las mujeres y ahí el asunto es más sencillo, como todas las detenidas son de Río Cuarto o de la región, en las opciones de voto sólo figuraron, además de los candidatos a presidente, únicamente los legisladores cordobeses.
Las autoridades electorales simplificaron las cosas de tal forma que, en lugar de toparse con una orgía de boletas, los internos sólo tenían que entrar al cuarto oscuro con una planilla y un sellito, y estampar la marca en el casillero que correspondía al candidato elegido.
Así, por vez primera, las urnas entraron al Servicio Penitenciario Número 6. Tímida, casi como pidiendo permiso, la democracia fue colándose entre los barrotes, 24 años después de haber sido instaurada formalmente.
No es que haya existido un operativo clamor para reclamar intramuros el derecho a poder elegir a sus representantes, al menos no por estos lados, confía el alcaide mayor Juan Carlos Ramallo. “No era un pedido insistente, simplemente el gobierno lo dispuso y acá estamos”, dice Ramallo, mientras de a uno trasponen un pesado portón enrejado las votantes femeninas primero y después ellos.
En el debut, fueron minoría los que estaban en condiciones de hacer valer el derecho que les concedió la Ley Nacional 25.858 (sancionada el 29 de diciembre de 2003), apenas 35 entre una población de 380 presos, entre procesados y condenados.
Según la norma, sólo pueden sufragar aquellos internos que aún no tienen condena firme. Pero aún dentro del grupo de los procesados fueron muy pocos los que quedaron en la línea de largada hacia la urna porque la enorme mayoría se encuentra indocumentada. Sí, la concesión que hizo el gobierno sirvió, entre otras cosas, para dejar al desnudo el altísimo porcentaje de indocumentados que pueblan las cárceles del país.
“Está en el ABC del delito, ningún ladrón sale a robar con su documento” dice alguien en la cárcel. El DNI como delator. Por qué usar el nombre que te colocaron en el bautismo si la imaginación puede elucubrar otro más apropiado, más seguro, menos buchón.
El alcalde tiene fresco en su memoria al preso que trasladaron hace pocos días: “Tenía tres apellidos distintos, seis nombres”, se ríe y la deja picando para la ocurrencia de un guardiacárcel: “Con ese, un puntero político se hace una panzada y lo hace votar tres veces”.
Hablamos con el alcalde, con los guardiacárceles, con las autoridades de las dos mesas de votación, pero no con los presos. Desde hoy, tienen voto pero por “órdenes de arriba” no tienen voz. Más que un buenos días no se les puede arrancar porque la directiva de Córdoba fue clara. Nada de entrevistas a los internos.
Desde que José Manuel De la Sota llegó al gobierno pueden considerarse afortunados los periodistas que lograron una exclusiva puertas adentro de algún penal cordobés. Lo que antes de la asunción de DLS requería una simple autorización del director de la cárcel hoy es un dificultoso trámite que marea al cronista entre llamados y mails hasta que agotado de esperar una respuesta, desiste de la nota.
Así que los cronistas de los medios electrónicos archivan de entrada la idea de ensayar un boca de urna. Igual, siempre algo se filtra. Parece que en el menú electoral la oferta más potable para los presos viene de San Luis. “El que más les gusta es Rodríguez Saa”, deslizan. “¿La Cristina? Noooo, la asocian con las leyes de Blumberg que endurecieron las penas para el delito, a ella no la votan seguro”, aclaran, y uno sigue preguntando. “¿El mesias? Menos, si ese dice que los presos tienen que estar de por vida en las cárceles”.
Nos arrimamos a la mesa masculina. Los gruesos brazos tatuados de Gonzalo, contrastan con su postura cabizbaja y una voz que no dice, susurra: “No se leer”. Entonces, el presidente de mesa lo acompaña al cuarto oscuro y el muchacho regresa triunfante, listo para depositar dentro de la urna la papeleta con signos incomprensibles.
También hubo iletrados en la mesa femenina. Una de las internas, dentro del cuarto, le pidió a la presidenta de mesa -Claudy Contreras, la misma Psicopedagoga que a diario les da clase en el secundario que funciona en la cárcel- que la ayudara a encontrar el candidato al que un familiar le indicó que tenía que votar. Paciente, la psicopedagoga ensaya una clase de civismo, explicándole que el voto es una decisión personal. La interna comprende enseguida. Ahora más firme, le repite que le ayude a encontrar el mismo candidato que le indicó hace unos segundos: queda claro que su decisión personal es acatar la decisión de su familiar y punto.
A simple vista, el ingreso de las dos urnas apenas si alteró el paisaje cotidiano de la cárcel. Es domingo a la mañana, momento de las visitas femeninas a los presos. Como de costumbre, pasan las novias y las madres cargadas con las viandas para la semana.
Parece un domingo más, pero el cronista sospecha que una treintena de voluntades terminaron por transformar a este en un domingo histórico.

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