1.- El refugio de Maruchi, la prófuga más buscada del país


“Los monstruos existen pero son demasiado poco numerosos para ser verdaderamente peligrosos; los que son verdaderamente peligrosos son los hombres comunes”.
(Si questo è un huomo, Primo Levi)


Venado Tuerto (Enviados especiales).- El camino más corto conduce al retrato de un monstruo. El aberrante crimen ocurrido hace 6 años en un pueblito bonaerense llamado Treinta de Agosto ayuda y mucho a forjarnos la imagen de una mujer sádica, fría y calculadora; un ser fuera de lo común. Sin embargo, el rastro que dejó en esta ciudad santafecina la “paseadora de perros” no da la talla con lo sobrenatural ni con lo excepcional. Por aquí, durante más de dos años, vivió un chica que se amoldó al ritmo de vida de la comunidad, que trabajó en una carnicería, en un supermercado y en una veterinaria antes de encontrar la veta económica del paseo de mascotas. Si por algo sobresalía María Magdalena Córdoba, era justamente por sus rondas callejeras detrás de una jauría. Todos, absolutamente todos en este localidad de cien mil almas, la habían visto alguna vez. “Bella”, “delgada”, “simpática”, “amable”, “sonriente”, “laburante”… la lista de adjetivos que oímos de boca de los venadenses no incluye la categoría “monstruosa”. Tomemos, entonces, el camino más largo.
A tres horas de Río Cuarto, Venado Tuerto es una ciudad rodeada por las mejores tierras del país donde extrañamente no llegó la fiebre por las torres. Aquí vienen a radicarse numerosas familias porteñas atosigadas de smog, de ruido y de la paranoia por la inseguridad. “Venado es una ciudad de gente campechana que acoge al que viene de afuera”, apunta Norma Migueles, la periodista todoterreno del diario El informe. Ninguno de los vecinos tuvo problemas en adoptar a María Magadalena Córdoba cuando pisó por primera vez el lugar, hace dos años y medio. Entonces, tenía 25 años y otro nombre: María Eugenia Pérez, así se presentó en éste su nuevo hogar.
A ella no la echó ni el smog, ni el ruido ni la inseguridad de la gran ciudad, sino una pesquisa judicial y un seguro pasaporte a la cárcel: la Justicia de Trenque Lauquen la acusaba de haber matado a su propia beba en el momento de nacer, de haber colocado el cuerpito durante dos meses en un freezer y luego haberlo arrojado en un zanjón del pueblo. Ahí lo encontraron unos chicos que jugaban distraídos.
En una comunidad tan pequeña no fue difícil atar cabos entre el hallazgo y la panza de un embarazo que Maruchi -como la conocían sus íntimos- siempre negó.
Ella es hija de una concejal de Trenque Lauquen que debió abandonar su banca cuando afloró el escándalo. La necesidad de explicar el horror teje una hipótesis: la mujer no aprobaba que su hija tuviera un hijo de una relación ocasional.
Maruchi ya tenía una hija de soltera, y habría actuado presionada por su madre. Eso creen los investigadores. Para ellos la responsabilidad de la ex concejal no se agota ahí. Sospechan que fue quien organizó la fuga y quien financiaba la estadía de Mariuchi en una quinta con pileta, que su hija alquilaba junto con su novio, en el barrio Los Pinos.
Ese era el refugio de la mujer prófuga más buscada del país, sobre la que pesaba un pedido de captura internacional, y por la que el Ministerio de Seguridad bonaerense estaba dispuesto a pagar una recompensa de 50 mil pesos.
Los Pinos es un pequeño bosque en las afueras de Venado Tuerto, una zona de descanso cuyas propiedades se alquilan a no menos de 1.200 pesos al mes. La pareja de paseadores de perros vivía en Los Fresnos 1908, acaso la parte más retirada y tranquila. El portón cerrado con un candado, rejas en la puerta de la casa, avisan que no va a ser fácil dar con Ciro Masriera. Ciro es el chico que se enamoró de la visitante de rostro perfecto, caída del cielo. Los policías que el domingo pasado irrumpieron aquí cuando la pareja disfrutaba del calor en la pileta junto con un par de amigos, confiesan que quedó atónito cuando los uniformados le dijeron el motivo por el que detenían a su novia.
Ella reaccionó diferente. Su primer instinto fue correr a refugiarse dentro de la casa. El segundo, no abrir la boca.
“Cuando la detuvimos decidió no hablar, se hacía pasar por sordomuda. Tuvimos que pedir por Internet la ficha de huellas dactilares en Pehuajó para confirmar su identidad. Pero una vez que llegó a la comisaría se quebró y no paraba de llorar”, confió Horacio Montanaro, el subjefe de la Policía Científica.
Con honestidad brutal, Montanaro reconoce que el rótulo de “la mujer prófuga más buscada del país” no significa gran cosa en una comisaría chica donde los agentes y los recursos tecnológicos escasean. “En la policía de hoy se vive al día, tratando de solucionar lo inmediato. Si no hubiera sido por la nota, ya ni nos acordábamos”.
Lo que reactivó la búsqueda fue un artículo de Clarín con la foto de la chica y el aviso de una importante recompensa monetaria para quien aportara algún dato. La nota apareció el lunes 3 de noviembre y, horas después, dos llamados -uno anónimo y el otro con nombre y apellido- les daban a los investigadores de la comisaría de Treinta de Agosto y de la fiscalía de Trenque Lauquen, dos datos clave para detenerla: pasea perros y vive en una zona de quintas de Venado Tuerto.
Sobre la pileta hoy flotan dos camillas inflables que la brisa mueve a su antojo. Un caballo con las costillas a la vista y dos perros sin demasiadas ganas de asustar a los visitantes ofician de anfitriones.
El dueño de casa no está, o no quiere hablar. Ciro es apenas una voz y un mensaje lacónico en el celular: “Ponete en mi lugar, para mi no es nada fácil este momento. Soy yo el que tiene que seguir viviendo acá”.

Las voces del desconcierto

La reacción de los lugareños cuando conocieron el pasado de la paseadora de perros que había cautivado a todos, oscila entre la tajante condena, la incredulidad y la compasión.
En medio de ese abanico están quienes la ven como un monstruo que merece la peor de las penas, y quienes creen que la suya fue la conducta de alguien que en su desesperación por abortar fue construyendo una gigantesca maquinaria de ocultamiento. En esa maquinaria hubo lugar para los detalles más siniestros, pero también para el intento de expiación. María Magadalena huyó sola, sin su madre, sin su hija que hoy tiene 9 años, arrastrando cada día una pesada mochila que no podía compartir ni siquiera con el hombre del que se había enamorado.
El desconcierto, acaso, sea la expresión que unifica a las reacciones contrapuestas que desató su caso.
Claudio, 45 años y veterinario de profesión, es una de las personas que más conoció a “María Eugenia Pérez”. En octubre de 2005 puso un aviso en el diario local para buscar una chica que le ayude a bañar los perros de su clientela. “Se presentaron 110 candidatas, me tomé el laburo de entrevistarlas a todas, hice una zaranda y dejé 20. Al final, no tenía dudas: la mejor era ella”, dice.
Hacía su trabajo a la perfección, aprendía rápido y pronto empezó a atraerle nuevos animales. Pero había algunas piezas que no encajaban, dice Claudio. Le llamaba la atención su excelente dicción y su inteligencia. Un día, la hija del veterinario llegó desconsolada a su casa porque no podía resolver una compleja ecuación para una olimpíada de matemáticas. “Ella se ofreció a ayudarla y la resolvió en dos patadas. Yo me quedé helado porque era realmente difícil. ¿Qué hacés vos acá lavando perros?, me acuerdo que le pregunté. Entonces, me contó que había salido de mochilera para conocer el país, y se enamoró de un chico y se vino para acá”.
Trabajaban diez horas al día. “Pasaba más tiempo con ella que con mi familia”, dice el veterinario, “así que imaginate que hablábamos de todo, incluso llegué a preguntarle si planeaba tener hijos y ella me decía que por ahora no, que más adelante”.
La empleada ejemplar, empezó a defeccionar cuando su patrón quiso blanquearla. “Le pedí el DNI para presentarlo en la Afip y me tenía a las vueltas, que la semana que viene, que la otra…Con mi esposa nos preguntábamos, será bohemia, no le interesará tener una obra social. Desde entonces, se vino abajo. Empezó a faltar sin dar ninguna explicación y al otro día caía como si nada. Yo le reprochaba y ella nunca reaccionaba, su mayor virtud era esa: jamás la ibas a ver enojada”.
De un día para el otro, la chica dejó de ir a la veterinaria sin dar ningún tipo de explicaciones.
Claudio fue uno de los que leyó sobre la búsqueda de Maruchi en los medios nacionales, aún hoy no sale de su sorpresa. “Uno ve tantos asesinatos y porquerías en los medios, que no lo asocié. Incluso pensé, qué hija de puta esta mina, miré la foto y nada. Al día siguiente del allanamiento, el teléfono no paraba de sonar desde temprano en la veterinaria. Así me di cuenta yo. Volví a mirar la foto del diario y, sí, no había dudas, era ella”.
Otra vez la contradicción. Claudio dice que se alegra de no haberla descubierto. “Creo que no la hubiera buchoneado”, dice. Pero enseguida agrega: “Tenés que estar muy trastornado para hacer algo así. Muchas madres que no quieren un chico, lo dejan abandonado en la puerta de una casa, pero mantener un bebé en un freezer y después vivir como si nada. ¿Cómo podés aducir emoción violenta cuando estuviste todo ese tiempo conservando el cadáver? No, fue premeditado y no le remordió ¿qué puede alegar un abogado defensor frente a un caso así? -se pregunta-. Todo esto me da tristeza, mucha tristeza”.
Mirta Medina, propietaria de un flamante hotel en Venado, es amable pero no abandona su voz de mando. “¿Son de un diario? Ah, entonces digan todo lo bueno que hizo esta chica durante el tiempo que estuvo acá”, dice.
La conoció desde hace dos años, cuando su hija trajo un Rotwailler a su casa. “Es una persona dulce, que adora los perros. Alguien que quiere a los animales no puede hacerle daño a las personas”, se convence.
“Me indignó ver que ponían su cara con un titular tan grande, no creo que algo así haya pasado. Me indigna creerlo. Eso sí, cuando me enteré de que la madre era política, chau, se me vino la vida abajo. Lo único que pido es que donde la lleven no vayan a maltratarla”, dice Mirta.
Ella fue una de las primeras clientas de la pareja, en llamar por teléfono al novio de la mujer detenida: “Lo primero que le dije es Ciro, mi perro va a seguir paseando con vos”.
Antes de mudarse a la quinta donde vivieron los últimos meses, María Magdalena y su novio eran habitués del videoclub de “Coca”. Igual que la dueña del hotel, la propietaria se resiste a creer lo que dice la causa judicial. “Si realmente es así, habrá que ver qué circunstancias de la vida la llevaron a hacer una cosa como esa. Me da pena por ella, pero sobre todo por el pibe. Todos dicen que él no sabía nada y es lógico. Si alguien te cuenta que estás acusado de algo así, salís volando”, dice.
El interrogante es una espina que sigue clavada. ¿Puede alguien convivir con semejante secreto sin compartirlo con nadie?
La duda cobra mayor dimensión si se tiene en cuenta la velocidad con la que llegaron los llamados, una vez que se difundió el monto que la provincia de Buenos Aires estaba dispuesta a pagar a quien ayudara a detenerla. ¿Alguien conocía su prontuario desde hacía tiempo y lo reflotó cuando apareció la suma tentadora? ¿O l o que la delato fue la foto de esos rasgos que de tan vistosos parecían dibujados?
Como sea, la moza del bar La Tribuna suelta el lamento. “Por la vereda de acá pasaba todos los días con sus perros. Con una compañera comentábamos eso: todos los días veíamos pasar 50 mil pesos y nosotras mirando cualquier cosa”.
La miro con atención, pero en el rostro de la moza no hay una pizca de broma. Intuyo que no debe ser la única que hoy se está preguntando lo mismo.
Buscaban un monstruo, y lo que convivía con ellos era apenas una chica y el enorme peso de su mochila.

Publicado el 16 de noviembre de 2008

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