5.- Los obreros de la pelota


Una y media de la tarde. Hora inusual para el partido. La platea está sentada en los bancos de espera de la Terminal de Omnibus, entre el colectivo que sale para Santa Rosa de La Pampa y el que calienta motores rumbo a Córdoba. En una de las plataformas, Ezequiel Bardín es exigido a fondo: le tiran alto a la derecha y ataja, lo prueban abajo casi al ras y responde, lo mismo cuando el tiro sale por sorpresa a media altura.
La escena transcurre entre los flashes del fotógrafo de PUNTAL. Algunos empiezan a mirar con curiosidad al muchacho de chaleco gris que abaraja las encomiendas al vuelo antes de colocarlas en la bodega del colectivo. Le ven cara conocida, por ahí hasta lo aplaudieron en su versión dominical, cuando el flaco de las encomiendas se calza el buzo y, se transforma en el arquero titular de Atenas.
Bardín, a los 23 años, acaba de protagonizar una de sus mejores temporadas como futbolista. A fuerza de reflejos y serenidad bajo los palos, fue uno de los puntos más altos en la asombrosa campaña del equipo de Néstor Billalva que estuvo cerca de ascender al Argentino “A” nada menos que en su primera participación en la categoría “B”.
Hasta ahí lo que la mayoría conoce de él.
Pero su rutina no se parece a la de un Caranta, un Carrizo, un Assman o un Orion, arqueros consagrados en un nivel hiperprofesional. Ninguno de ellos se levanta a la madrugada para trabajar todos los días desde las 6 de la mañana a las dos de la tarde como hace Ezequiel para poder redondear un buen ingreso entre lo que le pagan en Atenas y el sueldo que recibe en la empresa de transporte. Ninguno se engrasa hasta las pestañas como Mauro Buffali el delantero de Estudiantes que ayuda en el taller mecánico de su padre, por citar dos ejemplos.
Son simples crónicas de grandes sacrificios que ayudan a valorar de otra manera los logros. Porque cuando uno comprueba que el campañón sin precedentes del albo o el final de torneo a puro triunfo que le permitió al Celeste gambetear el descenso, se lograron con planteles integrados en su gran mayoría por jugadores cien por ciento amateurs, obligados a repartir los días de la semana entre el entrenamiento y sus trabajos o el estudio, las victorias cobran otra dimensión y hasta las derrotas son menos tremendas.
La archirrivalidad de unos y otros, queda a un costado a la hora de reconocer los méritos de los dos planteles que juegan en el Argentino “B”: ¿cuántos hinchas conocen el sacrificio que hacen esos once tipos que saltan a la cancha cada domingo?
Lo que sigue es una muestra.

“En la charla técnica se
me cerraban los ojos”

Cuando empiezan los meses de entrenamiento fuerte, Ezequiel Bardín cambia el horario. Su jefe es fana de Atenas y no le hace problemas. Además, la empresa en la que trabaja auspicia la camiseta. Todo ayuda.
-En esa época, arranco en el laburo a las 9 hasta la una de la tarde y de 4 a 8 de la tarde. Como los entrenamientos son a la siesta, no alcanzo a comer. O me mando un sánguche a las apuradas, que no te sirve porque comés más, o como una fruta. Eso sí, cuando termino el entrenamiento paso de mi abuela a tomar la leche con masitas, antes de volver acá. Dice Ezequiel en la puerta de EncoTus.
Antes de llegar a Atenas trajinó un rosario de clubes. Arrancó en Renato Cesarini, siguió por Estudiantes donde el presidente de entonces lo “regaló” a cambio de 1.500 pesos, por Talleres de Córdoba y hasta estuvo en Independiente donde no terminó de hacer pie. Volvió a remarla en Santa Eufemia, Alejo Ledesma y Adelia María hasta llegar a Atenas “de donde no me quisiera ir nunca”, dice.
Si alguien le pide pruebas de amor a la camiseta, esta es una: “Si te gusta el fútbol, hacés de todo por jugar y te juro que en la cancha nadie se da cuenta si te dedicás de lleno a esto o en la semana te tocó laburar. Pero este año, nos tocó jugar un viernes a la noche en Mendoza. Todo el plantel había viajado el día anterior pero a mí me tocó trabajar y salimos de acá en auto con el presidente del club. Llegamos a las seis y media de la tarde y el partido contra San Martín era a las diez de la noche. En la charla técnica te juro que se me cerraban los ojos, decí que el partido fue durísimo y en los primeros cinco minutos nos metieron tres o cuatro situaciones bravas. Eso me despertó y terminamos ganando el partido 1 a 0”, se ríe.
Daniel Tosco, el presidente del club de la Avenida Marconi, desborda de orgullo. “El dilema nuestro es que no estamos en un nivel profesional ni amateur, estamos a mitad de camino. Así y todo, el esfuerzo de los chicos les permitió jugar de igual a igual con un equipo gerenciado como Douglas Haig, otro que está apoyado por el gobierno de una ciudad como Patronato de Paraná, o cuadros que ya son cien por ciento profesionales como los mendocinos Maipú y San Martín. Siempre uno se encuentra con el impedimento de que en Río Cuarto los jugadores no pueden vivir del fútbol, por eso me llena de orgullo lo que hicieron”, destacó Tosco.
La lista de laburantes de la pelota en Atenas es larga: el arquero suplente, Leandro García, es viajante; “Peca” Zúñiga vende artículos para fisicoculturistas, Juan Lapis es radiólogo, Puñet y Beraldi trabajan con sus padres, el capitán Marcelo Flessia y Damiani acaban de terminar la universidad, y hay más casos…
Avenida de por medio, las cosas son parecidas. En Asociación Atlética Estudiantes están los ejemplos de José Mancinelli y su lavandería de ropa, Mauro Buffali que aprendió de su padre y de su abuelo el oficio de mecánico, Juan Palandri en el bar Square, “Cacona” Silva en Fundemur o Diego López que trabaja en la Base, a los que hay que sumar una larga lista de universitarios recibidos o al filo de lograr sus diplomas.
Para los técnicos el desafío es doble, ¿cómo obtener el máximo rendimiento de sus jugadores, sabiendo que no pueden coartarles la posibilidad de un trabajo o un estudio?
“Todo pasa por la creatividad -dice Hugo Mattea, con su clásica ronquera potenciada ahora por una delicada operación de garganta-. Te tenés que adaptar a un medio semiprofesional como el nuestro. En la zona, es más difícil todavía. Algunos equipos se ven obligados a entrenar de noche y no es lo mismo. La curva de esfuerzo va declinando con las horas. El jugador, como cualquier persona, es como una velita que se va apagando con las horas. Por ahí, te encontrás con alguien que estuvo trabajando todo el día y no podés exigirle lo máximo, tenés que tratar de que esté en el grupo y pedirle lo posible”, comentó el DT de Estudiantes.
Como ex jugador, Mattea sabe que la vida del deportista es limitada y que un oficio o un estudio serán la mejor inversión que podrán hacer mientras despuntan el vicio por la redonda. “El mundo del fútbol es muy duro, siempre fui un apasionado por esto y creo que lo importante es ser feliz con lo que se hace, por eso cada jugador tiene que tener en claro qué es lo que quiere”, remató.
El amateurismo no sólo trae consigo limitaciones. A su favor hay que apuntar la identificación de los jugadores con el club que defienden. A diferencia de lo que pasa con el alocado mercado de pases del fútbol de AFA , muchos de estos obreros de la cancha suelen permanecer varios años con la misma camiseta y terminan siendo los hinchas número uno de sus clubes.
“Mi próximo objetivo -dice Bardín, el “atajaequipajes”- es ascender con Atenas. Yo ya soy un hincha más. ¡Sería algo tremendo!”, se ilusiona.
Después de conocer los malabarismos que hacen los Ezequiel, los Mauro, los Juan, los Pablo y tantos otros para poder jugar, ¿los plateístas más impacientes aprenderán a contener la puteada cuando las cosas no salen bien?
Difícil predecirlo. Esta nota trata de sacrificios, no de milagros.

Publicado en Puntal el 15 de junio de 2008

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