8.- El rescate de los orígenes en la tierra de la desmemoria


En las ramas más altas del árbol genealógico de Carlos Alberto reposa, oculta, una abuela cautiva al lado de un ranquel bravucón que asolaba en malón los parajes poblados, con la remota esperanza de detener el inexorable avance del huinca.
Lo que él sabe de oídas y por alguna conversación perdida con sus abuelos, parece denunciarlo a gritos el tono oscuro de su piel, los surcos profundos de un rostro tallado como para un western americano.
Carlos Alberto Escudero, padre de once hijos, peón rural desde siempre y arrojado por el destino en el kilómetro 3 de Villa Mercedes donde se las ingenió como pudo para alimentar a su regimiento, es parte del “Grupo de los 22”.
“Los 22” son los descendientes de ranqueles que fueron censados en las ciudades de Mercedes y Justo Daract y que recibirán una de las casas que se están levantando en el campo comunitario de 2.500 hectáreas que el gobierno de San Luis les entregó -como reparación histórica- en agosto del año pasado.
Ese acto sin precedentes sorprendió a muchos de estos peones y empleadas domésticas en la curva final de sus vidas y los obligó a mirarse en un espejo que por décadas mantuvieron convenientemente oculto. De buenas a primeras, lo que fue motivo de vergüenza y escarnio pasó a ser una valiosa marca de identidad y no hay cabeza que esté preparada para tanta contradicción.
Eso parecen decir Carlos Alberto, Juan Reynaldo o Juana Rosa, algunos de los descendientes aborígenes que hablaron de la mudanza en ciernes, y que eligen la cautela cuando se los entrevista.
Ahora que los vientos soplan a favor del reconocimiento a los pueblos originarios, no sobreactúan su condición genética y admiten sin rodeos la casi absoluta carencia de datos sobre sus antepasados.
Los abuelos no ayudaban, dice Carlos Alberto, el peón de 57 años que ya está viviendo en la porción de estancia que el gobierno les entregó, 140 kilómetros al sur de Villa Mercedes. “Uno les preguntaba y ellos hacían como que no se acordaban”, dice, suavecito, como perdonando.
Juan Reynaldo Benítez -cabellos y barba blanca que contrastan con la boina y la tez- no tuvo mucho mejor suerte cuando indagó por sus orígenes.
“Yo siempre supe de mis antepasados indígenas, pero de esas cosas no se hablaba. Me acuerdo que en la escuela decir indio era una mala palabra... ¡se usaba como un insulto!”.
Benítez agrega que, lentamente, la percepción sobre los pueblos originarios se va revirtiendo, “y en buena hora que así sea”.
Benítez, es uno de los primeros en la lista de colonos que estrenará el complejo habitacional en el nuevo territorio ranquel.

Dueño, esa palabra...

Es mediodía en plena pampa puntana y a Carlos Alberto el humo de un costillar de cordero que se asa a fuego lento lo hace lagrimear, o acaso el brillo de sus ojos se deba a la confesión de este hombre simple al que la palabra “dueño” siempre le fue esquiva.
Aunque es cierto que por vez primera tendrá una casa a su nombre y que esta porción de tierra ahora es tan suya como del resto de la peonada que vendrá a poblarla en pocos meses, no es el título de propiedad lo que le arranca un atisbo de alegría al rostro castigado: “La verdad que eso de ser dueño o no ser dueño no me importa tanto, lo bueno es que gracias a esto voy a poder vivir los pocos años que me queden a mi gusto, en el campo”, dice.
Su esposa, y sus dos hijos más chicos, de 9 y 15 años vendrán a completar el cuadro familiar cuando las viviendas que hoy apenas están a ras del piso, puedan ser habitadas.
Entretanto, Carlos Alberto pasa los días y las noches refugiado en un enorme galpón de chapas donde pueden verse tres pequeñas camas de una plaza.
Uno de los que lo acompañan en esta especie de reconquista de territorio ranquel es el propio lonco o cacique Walter Moyetta que, hasta hace poco era su patrón y que ahora tiene tanto derecho de propiedad sobre el campo comunitario como él.
La ilusión de Escudero es que no sólo sus hijos más chicos se vengan con él sino que el resto de la prole se entusiasme con la idea de repoblar esta zona desértica.
Esa es la apuesta del Centro de Estudios Ranquelino de Villa Merdedes y del propio gobierno provincial: que el lugar no se transforme en una especie de geriátrico a cielo abierto para los que nunca tuvieron nada, sino que se sumen los más jóvenes y puedan insufler sus ganas y sus ideas al declamado intento de revalorizar la cultura indígena.
Tierras para ampliar la zona restituida a los ranqueles no faltan. Son miles las hectáreas despobladas que están a nombre del gobierno de los Rodríguez Saá.
El más grande de los Saá, el gobernador Alberto, ya prometió que habrá nuevas entregas de tierras si este ensayo de justicia con efecto retroactivo resulta un éxito y más vecinos se suman al censo de descendientes que, por ahora, sólo integra una veintena de familias.
¿A qué viene este súbito interés de reparación histórica del gobierno de San Luis? Es la pregunta que más se hicieron en la provincia vecina cuando a mediados del año pasado lanzaron el anuncio.
La sorpresa fue mayor aún cuando las autoridades abrocharon otro acuerdo, esta vez con un puñado de familias descendientes de la tribu de los huarpes, a quienes el año pasado les devolvieron 6.800 hectáreas al sur de San Luis, llegando al límite con San Juan.
Los propios beneficiados por la medida desconocen la respuesta, pero no se cuestionan demasiado y se abrazan a la oferta, aunque para eso tengan que trasladarse unos cuántos kilómetros desde la ciudad al campo.
“Somos 6 hermanos y todos estamos anotados para irnos a vivir al campo, acá vino Moyetta, me hizo la conversación y al tiempo pasó de nuevo y dijo “ya tenemos las tierras”, y en eso estamos”, dice Juana Rosa Alcantaro, una empleada domésticas de sesenta y pico a la que no le sobran las palabras.
A ella, como al resto, le faltó el relato de algún mayor que echara luz en su historia familiar. “A mis abuelos yo casi no los conocí, y mis padres no hablaban de eso”, dice, sin que la preja de ancianos que escuchan a sus espaldas hagan el mínimo intento por refutarla.
Cuando se le pregunta por la determinación que tomó el gobierno, Juana se muestra a favor, pero en su estilo parco no hay sitio para elogios desmedidos: “Muy buena la decisión -dice-, están devolviendo lo que no era de ellos”.

Publicado en Puntal el 19 de mayo de 2008

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