3.- El hijo de la reja (Una vida entre coreccionales y cárceles)


De la reja para adentro, inspira respeto. Su prontuario delata que fue un hombre de armas llevar, que participó de motines y fugas. Que desde los 12 y hasta los 18 estuvo en un correccional para menores de máxima seguridad, en su Mendoza natal, y el resto del tiempo hasta hoy lo dilapidó entre las cárceles de esa ciudad y de Río Cuarto. No se considera un “pesado-pesado” pero admite que “en la cárcel estoy bien visto, sé hacerme respetar”.
De la reja hacia fuera, la ecuación se invierte y Alejandro Vega González, 35 años, ojos negros siempre al borde de la lágrima, es apenas un desocupado. Un hombre en su madurez que disfrutó breves lapsos de libertad y que cada vez que golpea la puerta de un empleo se topa con la mochila de su pasado.
Tan escasos fueron esos momentos de libertad que, durante la larga confesión con el cronista, Vega González dirá “nosotros” para referirse a los presos, y “ellos” para señalar a los guardiacárceles.
Aún no puede desembarazarse de la cocaína y el alcohol, pero afirma que hace algunos años dejó los “fierros”, y que ya no se dedica al robo.
-Desde el momento que salí en el 2005 quise hacer buena letra, me puse a trabajar y no robé más. Pero después caí muchas veces preso en la central, por estado de ebriedad o por estar muy drogado y, viste cómo es, vos tenés antecedentes y los antecedentes no te ayudan, así que hace poquito yo estuve detenido porque los antecedentes no me ayudaron para nada. (N. de la R: se refiere a una causa por amenazas y violación de domicilio de la que salió absuelto). Hacía muy poquito tiempo que yo había salido absuelto de la causa de Daniela Rodríguez y, bueno, me volvieron a derivar a la cárcel hasta que (el juez Oscar) Testa resolvió absolverme de la causa.
Está libre desde el 5 de junio y ahora está abocado a buscar trabajo. Su biografía rebate cualquier argumento a favor de la rehabilitación carcelaria. Vega González es parte del enorme porcentaje de ex presidiarios que no puede reinsertarse en la rueda laboral o queda relegado a un trabajo informal.
-Ahora, tengo alguna chance de conseguir trabajo. Me están por llamar. Pero lo primero que te piden es la documentación y que te presentes con un papel de buena conducta, y apenas vos vas a pedir un papel de buena conducta te salen todos los antecedentes. Y sos rechazado, sos bochado inmediatamente. Por más que haga tiempo que no caés preso, la gente siempre te hace a un lado.
-¿En qué has intentado trabajar?
-Yo sé de carpintería, de plomería, gasista. Soy pintor, sé lustrar muebles. Muchas cosas, electricidad domiciliaria, aunque todavía me faltan hacer unos meses más para poder recibirme.
-¿Todos esos cursos los fuiste tomando en la cárcel?
-En la cárcel, sí. Aprendí arte y pintura en la cárcel de Mendoza, aprendí a dibujar en el correccional. Y cuando estuve preso, me la rebuscaba haciendo veladores, todo lo que se hace con madera en la cárcel. Veladores con palitos de helados, con encendedores, con hojas de diarios. Aprendés muchas manualidades, ocupás tu mente para pasar los días haciendo algo en tu celda. Yo ya me había adaptado a vivir con una o dos personas en la celda de Mendoza y cuando caí preso acá, acá las celdas son colectivas. Eran de diez tarimas y cuando no tenías lugar para una tarima tenías que tener una cama de fierro o dormir en el piso.
-Y eso se te hizo más complicado porque estabas acostumbrado a convivir con poca gente.
-Sí, pero te digo que yo nunca tuve problemas. Nunca peleé con nadie en Mendoza. Como ser un ajuste de cuentas, o cagarte a piñas o a puñaladas entre presos. No, nada. Y acá tampoco.
De pronto, la voz se le quiebra.
-El trato que yo he recibido entre los presos de Río Cuarto ha sido muy bueno. Yo tuve casi un año sin visitas y la misma gente me brindaba todo. Es más, me acuerdo que había una persona que me llevó a ranchear con él en el Pabellón 2 y ahora está en el Pabellón 4 donde nos trasladaron y seguíamos rancheando juntos ahí.
-¿Qué es ranchear?
-Ranchear es compartir un plato de comida. Un cigarro, muchas cosas...
Moquea y su rostro enrojece.
-¿Por qué te emocionás?
-Porque hay mucho sufrimiento por la reja. Muchas veces uno dice a mí la reja no me quiebra. Pero la persona que ha vivido presa, sabe lo que es. Porque es una cárcel y vos no savantar con vida. Y por eso mismo, vos con tus compañeros te tenés que llevar bien. Con toda la gente. Acá la mayoría de la gente de Río Cuarto, a mí me conoce. Es más, cuando ingresó Morales a la cárcel, a él le pegaron mal por la causa que él llevaba (N. de la R.: es el padrastro acusado de abuso y homicidio de Luciano, el pequeño de 4 años). Y yo hice una buena amistad con él. A él lo llevaron aislado y me mandaba a decir todos los días que lo pidiera para el pabellón porque yo tengo buena relación con el preso. Sé cómo manejarme a través de la reja. Vos sabés que está el agente penitenciario que te abre la puerta, pero el agente convive con vos en el momento que vas a pedirle algo para salir a enfermería, o a pedir una entrevista con el jefe de seguridad o para pedir una autorización. Esa es la única comunicación que vos tenés. Después, de la reja para adentro del pabellón tenés que convivir con el preso. Somos nosotros mismos los que nos ayudamos los unos a los otros, para que no haya peleas. Aunque no te discuto que hay peleas, porque es una cárcel.
-¿Cuál es la estrategia para sobrevivir adentro, cuáles son los códigos que hay que respetar?
-¿Los códigos? No ser buchón. No traicionar a la gente. Y te digo que la mayoría no la hace a pulmón, sino que lo hace con droga. Vos lo sabés, lo sabe todo el mundo. En el sentido de que vos todos los días no estás igual. En la semana podés tener seis días bien, pero un día no es el tuyo y te levantás mal, pensás mucho en tu familia, en tu novia, la mujer que amás, tus hijos...
-¿Y la droga qué papel juega ahí?
- La droga, qué sé yo, te mantiene fuera de muchas cosas. Pero, por la droga hay muchos problemas también.
-¿Cómo se maneja la droga dentro de la cárcel?
-Y, como ser, yo estaba medicado porque estaba en tratamiento. Me daban pastillas. Hay una que es antidepresiva porque muchas veces te agarrás depresión. Es más, a mí hace poco me agarraron dos ataques depresivos mal, mal y me tuvieron que poner unas inyecciones fuertísimas para calmarme. Había quedado con el cuello torcido, así. Pero era por la ansiedad, de que me faltaba la droga de la calle.
-¿Vos qué tomás?
-Soy medio adicto a la cocaína y al alcohol. Y ahora tengo que presentarme a la unidad programática para que me sigan el tratamiento y me hagan una desintoxicación, por orden del doctor Zanlungo, de Tribunales. El me derivó a una desintoxicación y tengo que presentarme sí o sí.
-¿Y a eso quién lo controla?
-El tribunal. Yo puedo salir de la droga, porque uno puede salir. Vamos a lo que es. Si vos no tenés plata, a qué recurrís si no tenés trabajo, a delinquir. Pero yo no, como te digo, yo hace un montón de tiempo que no robo ni nada de eso. Y no te ando con un arma, con nada, ni con una gilette porque me agarran con una gilette y voy preso. Pero, bueno, tengo recursos para conseguirme la droga.
-¿Cuáles son esos recursos?
-Y, voy, me hago una changa, pinto algo, pido una changa para hacer y me gasto la plata en eso. No te digo toda, porque yo tengo que comer, tengo que vestirme. No soy tan cabeza de piedra.
-¿A la droga cuándo te acercaste?
-Y, desde chico. De la época en que entré al correccional de Mendoza. El barrio San Martín, donde yo vivía, es un lugar que hoy está catalogado como zona roja en Mendoza. Es un barrio muy jodido.
-¿Por qué caíste por primera vez?
-Nosotros caímos por andar asaltando. Robábamos autos, casas, hacíamos escruche.
-¿Qué es un escruche?
-Es entrar a una casa, hacer un escalamiento, reventar una reja, entrar y apoderarte de lo que hay adentro, sin importar si hay o no gente. Te digo que nosotros una vez entramos a una casa y estaba la mujer con sus hijos y le dijimos que nos perdonara, que no llamara a la policía y que nos dejara ir. Porque no nos gustaba robar donde había criaturas, no nos gustaba hacer daño y robábamos para sobrevivir en lo que andábamos nosotros. Y no nos gustaba agarrar rehenes ni nada de eso. Me acuerdo como si fuera ayer: la señora nos dijo que nos tranquilizáramos, porque nos vio nerviosos. Nos hizo sentar. Nos dio un café a cada uno, nos abrió la puerta y nos fuimos. Hay mucha gente que sale a robar y le pega a la gente, la mata, pero ahora la cárcel de acá está llena de violadores. Vos lo sabrás, entran cuatro o cinco violadores por semana a la cárcel. Y se dedican a hacer eso, a entrar a una casa y violar a una chica, un menor, un niño, y vos fijate que el tribunal a ellos los toma como personas enfermas. Y ellos hacen daños irreparables en la criatura. En cambio, a la persona que anda delinquiendo, lo condenan a muchos años porque dicen que nosotros si salimos y seguimos robando, en cambio al violador lo toman como una persona enferma y no es una persona enferma. Porque, vamos a lo que es, tanto vos como yo somos masculinos, sabemos la necesidad que tenemos de una mujer. Si no te da para tener una mujer, sabés que hay recursos para ir y acostarte con una. Yo no sé qué gana un violador con arruinar una criatura. No, la convivencia entre nosotros y el violador, no va. Nosotros tenemos un código, y el violador con nosotros tiene que andar con la cabeza gacha y, los días de visita ellos tienen que estar sin mirarte tu visita. Porque puede ir tu hermana, tu sobrino, tu mamá y no sabés lo que puede llegar a pasar.
-¿Existe en Río Cuarto la venganza de los presos a los violadores o es un mito?
-El código que hay ahí adentro, es que el violador no tiene derecho a nada. El violador tiene que quedarse en su celda adentro, no andar por los pasillos, y hay muchos que para que no le peguen te dan un atado de cigarros o te lavan la ropa. Pero acá en la cárcel de Río Cuarto es increíble cómo vive el violador.
-¿En qué sentido? -Y, porque vive bien. Tiene las mejores fajinas. Son dateros de los guardias. Pero igual viven con miedo, las 24 horas viven con miedo, ¿por qué? por la causa, porque la causa no los acompaña en nada, no les sirve para nada. En cambio, a la persona que anda robando, se la respeta. A ellos no. Eso sí, en la cárcel de Río Cuarto no los violan, en la cárcel de Mendoza, los violadores ya llegan desde la comisaría violados. Cuando llegan a la cárcel ya son mujeres, mujeres. -¿Existe la homosexualidad entre los presos? -Vos sabés que hay homosexuales que llegan a la cárcel, y también hay otros que he visto que se han vuelto al otro bando, je. Los han empastillado y cuando se han despertado han sido violados por los mismos compañeros de celda. El tema dentro de la cárcel es jodido, muchas veces algunos no quieren hablar porque tienen miedo, no se animan a contar lo que se vive en un pabellón y más cuando uno está en el pabellón de rebeldes. Nosotros lo llamamos pabellón cachivache. Ahí es donde se encuentran las personas más peligrosas, que a cada rato andan peleando. -¿Has estado en esos pabellones? -Sí, en la población de Mendoza estuve en el pabellón de los condenados de reclusión perpetua, pero son los que más conducta tienen por el tema de que no se los capee a otra cárcel, para evitar que los trasladen. -¿A la cárcel de Río Cuarto llegaste como un pesado? -No, pesado-pesado no, pero estaba bien mirado. -¿En qué sentido, bien mirado? -Porque ya había gente de otros lados que había estado presa en Mendoza. Y ser pesado es bien mirado en la cárcel. Te tenés que hacer respetar, si no te hacés respetar vas a ser una mamita, como le dicen acá. En Mendoza le dicen un fuki, una mujer. En Mendoza estuve en varios motines; allá son unidos, no se echan atrás. Y tenés que prenderte en los motines porque o te matan a palos los guardias o te matan a puñaladas los presos. Es así. -¿Y acá? -Acá no, acá vos vas a la puerta y te le parás de mano al cobani de la reja y no va nadie con vos. Tenés que tener los huevos bien puestos para ganarte el respeto. -¿Por qué se te conoce como el tragacandados? -Eso viene de una vez que fui detenido en una casa de barrio Obrero, llegué a la comisaría de Alberdi y me tragué unos anillos y le mordí el dedo a Zuin (se refiere al comisario del barrio). De ahí me apodó el tragacandados, pero no soy eso. Lo hacía para que me largaran porque yo andaba tomado y andaba re dado vuelta de drogas, esa vez. Y después también te digo que una vez en la central me estaban pegando mal y me tuve que tragar unos anillos que tenía, y después me abrí la panza... Y me llevaron al hospital. Pero no es que lo haga para lograr la libertad, sino que te da una impotencia porque vos le querés explicar cómo son las cosas, pero ellos tienen la razón siempre. Porque ellos dicen que el trabajo de ellos es combatir la delincuencia y cuidar a las personas; eso yo no se los discuto, pero... -¿Existe la intención de querer regenerarse o hay una resignación a seguir en lo mismo? -Te cuesta un poco… te cuesta. Como ser en mi lugar, me cuesta. Hay gente que te conoce y te saluda de compromiso para no tener problemas. Y no es así, yo no soy una mala persona. A mí me gustaría que un día viniera alguien y poder llevarlo a los lugares donde yo estuve detenido. En el correccional allá de Mendoza, en la cárcel, en la colonia... A mí se me hizo mala fama por el caso Daniela (N. de la R.: la chica de 15 años que había sido llevada a Mendoza para prostituirse), pero la chica mintió. Yo nunca he explotado mujeres. Cuando estaba juntado con la madre de mis hijos, ella se prostituía. Yo no lo sabía porque estaba preso. Cuando salí, me enteré. Después, yo anduve con una chica que la mataron y que trabajaba en la calle, en Mendoza. Y hasta el día de hoy no saben quién la mató. Y la mataron de una forma que no se lo merecía. Pero a mí no me gusta que la mujer trabaje en la calle. -¿Si tuvieras que decir qué querés para tu vida? -Conseguir un buen trabajo, nada más y seguir adelante. Parar la mano ya de estar preso porque no es vida. Estás muerto en vida en una cárcel. Por más que el trato con el preso sea bueno, perdés muchas cosas, perdés días, meses, años que no se recuperan nunca más. Y perdés a tus eres queridos. Yo perdí de ver crecer a mis hijos. -¿Cuando eras chico imaginabas que iba a ser así tu vida? -Mirá, yo te digo que mi padre y mi madre nunca me hicieron faltar nada. A los tres más chicos, nos daban las mejores marcas de zapatillas, de pantalones. Nos daban lo que queríamos. Los más grandes no tuvieron esa posibilidad, pero son todos trabajadores. Tengo una hermana doctora, otro en San Luis que es chofer de una ambulancia y estudia para enfermero, tengo mis otras hermanas que trabajan con gente bien. Yo te digo que llegué hasta sexto grado, y me echaron de la escuela porque era un indio, pero ni mi viejo ni mi vieja me dieron mal ejemplo. Cuando ellos se enteraron de que había caído preso y me drogaba, los quebré, totalmente. Si en este momento mis viejos estuvieran vivos, yo estaría con ellos y ni me hubieras conocido, pero bueno, viste cómo es el destino, acá estamos conversando. Acá vivo con mi hermana, que es como mi madre. Mirá la edad que tengo y mi familia todavía sigue pendiente de mí como si fuera un niño chico. No me abandonan, pero se enojan porque estoy siempre detenido. -¿Qué te decidió a dejar los fierros? -Lo que pasa es que vos con un arma le podés quitar la vida a una persona y no sos dueño de hacer eso, ni de que te la quiten a vos tampoco. En el 2002 cuando caí no agarré nunca más un arma, porque en 5 minutos podés matar a una persona. Yo ya estoy alejado de eso. -¿Qué crees que necesita un preso para no reincidir? -Te diría que acá haría falta que hubiera un lugar para la gente que sale presa, para que se le dé trabajo. A mí me gustaría charlar con gente de los Derechos Humanos, porque ahí adentro hay muchos mal condenados, inocentes. Hay mucha gente inocente. Acá, por la duda sos culpable. En otra provincia, no. Por la duda sos inocente. -¿Cuánto demora un preso en volver a la delincuencia si no encuentra trabajo? -Tiene que ser ahí nomás, para que él se adapte y para que la gente lo vuelva a aceptar, porque si no volvés a delinquir y volvés a la cárcel. -Estuviste encerrado desde los 12 años. ¿Qué cosas aprendiste en la cárcel? -La cárcel te enseña cosas malas y cosas buenas. Te enseña a apreciar a tus seres queridos. Vos valorás hasta un pedacito de papel escrito. Aunque sea un papelito insignificante, lo guardás. Y aprendés a ahorrar plata, a saber sobrevivir. Y lo malo es que también te enseña a robar porque se te despierta la mente. Tenés mucho tiempo para pensar. Y a la vez vas ingeniándote para hacer algo malo o algo bueno. Si estás decidido a cambiar, vas a salir con pensamientos buenos. Yo me tengo que sentir capacitado para cambiar, porque ya son muchos años preso. Yo tengo que ponerme el propósito de cambiar sí o sí, para no perder la familia que me queda.

Publicado el 26 de junio de 2008

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